Doce mil trescientas
ganas de besarte
a tiempos y
destiempos,
mi lápiz que no deja
de gemir
que ya te fuiste.
Yo que no tengo el
tiempo medido
ni el voraz antojo de
las células.
Yo que no tengo la
característica
inasible de soñar.
Yo, que siento que te
fuiste
y que no me queda nada
más que tu sonido de noche,
tu pequeño cuerpo de
libélula fugaz
tus curvaturas de
párpados
tus pantorrillas
blancas y deseables.
Yo que en esta
penumbra te nombro
como la mejor oración
como el mejor destello de la luz
que con tus ojos
te veo partir
y me separas de las
lunas de mi noche,
del abrigo miel de tu
amparo.
Ya unos quinientos
años no son nada.
Ya estoy anhelándote
en tu partida y
que duermas bien,
que me pienses un
momento
antes de encauzarte
en el río de los sueños.
Que tus labios sean
el postre de mis alimentos,
que tú, toda tú
seas la entrañable sonrisa
que me sostenga.
Que nada nos
encuentre,
que no haya prisas
ni que vivamos en la
casa de lo fugaz.
Que puedas ser,
que pueda ser,
para que podamos
llegar
a ser Nosotros.
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