jueves, 5 de septiembre de 2013

El calor

I
Súbita, benditamente
tengo calor y una simpatía
prácticamente desconocida
desde hacía no sé cuanto tiempo;
como que quiero ser galán y
hacer que tus cejas se levanten
cada vez que veas que el rostro se me llena
de sutiles matices crepusculares
y todo sea increíblemente bello
y jubilosamente mortal.

En estos días, la perpetuidad
no se me asoma al cuerpo crecido,
cansadamente pendular
         (Soy ese calor que se queda cada día
          en el lugar que dejas al levantarte).

Desde hacía no sé cuanto tiempo;
juvenil pena que abotona mis camisas
en mañanas de frío,
         en las noches heladas.
Ojalá y mis ojos gozaran de tacto
porque mis manos saben de lo que se pierden.

II
Nadie subordina al calor:
la magia de unos que se encuentren
quizás lo seduzca,
dos cuerpos enlazados
por un momento, lo eternicen,
un poco de magia, lo endiose,
pero un beso;
pienso yo,
un beso lo identifica,
lo domina sutilmente,
fraguándolo. 

Algunas cosas realmente se saben;
pero las que se imaginan
se materializan, palpables,
inconcebiblemente en el aire,
sedosamente bellas.

Esto pasa con la imagen en que te guardo,
difícil de borrar, fácil de recordar,
a la mano para cualquier hora del día.

Sin saberlo,
llegas a mí
de la forma
más sencilla. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

De lo inacabado