viernes, 6 de septiembre de 2013

Ermitaños

Los vi doblarse al oeste y al centro de ti,
te sostenían y limpiaban la calle completa
con una estela de estrellas y suspiros,
con un paso claramente angelical.

Esos, tus zapatos negros y viejos
que tus pies vestían del mejor de los empeños;
ésos que gozaban de tus piernas
y sentían tu peso de nube y algodón.

Ellos me decían que detestaban
que tú y yo entráramos al paraíso,
a esa gloria de la entrega,
del olvido y el desnudo,
a dejar la ropa al suelo
y arrancarse los sostenes de tu cuerpo:
         tus zapatos;
hule y piel que a las caricias
de tu mano y de la grasa
eran los mejores ambientes de una estancia...

Ya cansados (ya encielados)
me dijeron que anhelaban nuestras caminatas,
las entradas al hotel silencioso,
nuestros sueños compartidos,
el decir cien mil palabras en un beso,
las caricias de nuestras pantorrillas,
el sudor y el fuego en que nos consumimos.

Ya han acabado ermitaños
honestos en la tierra del olvido.

Lejanos añoran,
cansados divagan e inventan historias seguidas,
continuas de los dos,
abdicación, olvido, renovación,
suspiros, anhelos,
páginas que en los segundos
inventan y escriben
porque nunca les gustó

el final del cuento. 

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