Denme
a esa mujer que desconozco,
la
que ya no es niña,
con
su isla y su pasado,
con
sus páginas a puños cerrados.
Dénmela,
dénmela.
Denme
a esa mujer que desconozco
que
así la quiero,
con
sus ojos que entran tarde
y su
cabello que se va tiñendo con el alba.
Ya
tendré yo tiempo para descubrirla,
ya me
asistirán todas mis manos y mis fuerzas,
que
al reconocerla, va a arrancarse
mi
garganta a gritos
con
esa pasión intensa de los poseídos.
Dénmela,
dénmela.
Denme
a esa mujer que desconozco,
que
el desconocer es a la vez
gloria,
temor y olvido.
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