viernes, 13 de septiembre de 2013

Doña Hermelinda amanece desde Francia


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

I


Sube el sol por los montes tocando los árboles más altos y los puntos de algunos arbustos que sacan sus lenguas verdes para rozar por primera vez, y después del frío; la claridad diáfana, el calor no pervertido del astro gigante.

Animales despiertan al irreconciliable deber natural de vivir, con luces lejanas y artificiales que se pierden en sonidos misteriosos de algo que nos da miedo aunque no sepamos qué es; de algo que calla, pero que al estar cerca de nosotros pueda saltar, pareciera que estamos dispuestos a morirnos de espanto en cualquier instante…

No así, el cuerpo de una mujer que con sus años ha podido mantenerse al margen del temor.

Viuda sin más, fuerte como estos árboles que llevan tantos años erguidos en la tierra del mundo y, generosa como el agua que se entrega a sus orillas para fecundar.

Doña Hermelinda está sentada frente a su televisor, en la mecedora de cedro que tiene en el lado izquierdo de su arco, un remiendo que cruje ante la más mínima oscilación. Ella teje cuidadosamente con un gancho; a veces no se sabe qué será pero ella teje: un hilo acá, un nudo, dos y el metal que no acaba de enredar a pesar de los minutos…

Doña Hermelinda es madre devota y de un genio poco paciente, y sin embargo; se da para toda su familia. Su estatura pequeña no es más que una distracción visual a quien la observe; la mirada aguda, el pensamiento ágil y honesto, la palabra abierta y el cabello cano peinado hacia atrás, son las características que atraen a quienes la conocemos de verdad.

Su piel es mexicanamente morena.

Durante estos días en que el calor es la primera sensación de la mañana, Doña Hermelinda se despierta y asume la vida que le corresponde en su primer suspiro consciente. Habrá de prepararse una café y un desayuno bien hecho (porque las flores se riegan en las noches). Saldrá al mercado a caminar con su paso animado, saludando a sus conocidos pero sin quedarse a la efímera habitación de un buen chisme que, aunque los escucha; ella dice que no los busca, sino más bien que los chismes la encuentran.

Dona Hermelinda está llena de proverbios y costumbres ancestrales, donados por las tías de su familia y con quienes compartió tanto tiempo; que aunque muchos jóvenes puedan pensar que son cosas anticuadas, han sido la base con que ha formado a su familia tan bien, son el regocijo de una buena discusión entre sus nietos y de los mejores recuerdos que se guardan en el corazón cuando llega a sentirse la nostalgia.

Una vez en el parque de Coatepec -recuerdo- a una pareja cuyo galán tenía a la muchacha de secundaria sentada sobre las piernas, Doña Hermelinda, con todo pudor, les comentó que esas escenas no eran para el respetable público y que mejor se fueran a enamorar a otra parte… (por razones puramente personales –que no por pena- evito mencionar lo que le dijo a un humilde servidor cuando el que tenía a la muchacha entre las piernas era yo, y no era precisamente en un parque)…

 Doña Hermelinda conoció el amor.

Sí, el amor, ése que se esconde en los lugares más visibles o más recónditos del tiempo. Es él, y nadie más, el mejor jugador a “las escondidas” o al “can can”. De él sabemos tan poco y sin embargo cuánto lo buscamos...

Bien, pues ella encontró el amor en un hombre de carácter tranquilo y gran corazón, que gustaba del box y del azadón, como de la lectura del periódico y de ver crecer a su familia.

Mi abuela es testigo de no sé cuántas vidas nuestras y tantas muertes, más la muerte no tiene cabida en estas líneas que intentan glorificar una existencia llena de vida.


II

Se está acercando el mediodía, y aquí en Francia, a esta hora se come. Estoy seguro que Doña Hermelinda estará por el mercado terminando sus compras para regresar a casa y poner un tango; a fin de acompañarse a sí misma y a su preparación de la comida...

“Desde que se fue
nunca más volvió
caminito amigo
yo también me voy”

Su cocina es amplia; con esos furgones antiguos en donde se ponía leña y se cocinaba con ollas de barro, de esas que se cuelgan en la pared cuando no se les ocupa.

Ahora que es primavera y todo renace con cada amanecer, Dona Hermelinda, mi abuelita; amanece en Francia conmigo. Brota y se queda, como uno de esos dulces tan ricos que prepara y que se llaman Suspiros

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