En
algunas noches,
suavemente
se descubre uno la cabeza
y al
secarse el sudor de la frente,
también
se secan las calles de
nuestros
suburbios internos
y uno
asume que así debe ser,
que no
habrá mal que dure cien años...
Súbitamente
se abre una ventana poderosa,
llena
de luces y olores provenientes de
algún
amanecer desconocido, que
seguramente
traerá buenas nuevas
o por
lo menos, un sonido que doblegue
el
rostro, para derretirse un sonrisa
que
puede ser a medias, sin necesidad
de
llegar a carcajada.
Solamente
en estas noches,
buenas noches,
emergen
versiones de las historias propias
que
se acercan a lo creíble;
versiones
diáfanas, clarísimas;
permitiendo
el extraño sudor de nuestras manos
que
no tiene ni el más remoto acercamiento a la sal
sino
más bien, a las aguas dulces de los lagos
llenos
de peces y sirenas descansando
junto
a un árbol frondoso y húmedo.
Y a
medida que el cuerpo se disfruta
en su
nueva versión de paisaje anhelado,
de
paisaje vivo;
poco
a poco adquiere ritmo propio, natural,
casi
con tonalidad de canción o verso
que
lo acerque no a la perfección
o a
la calma,
sino
mas bien a la armonía jugosa
de
una vida.
Solamente
sucede en estas noches;
buenas
noches.
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