Desde ese día, el animal está afilando sus
dientes.
Hora tras hora en cada pensamiento te
recuerda.
Quiere tener tu piel bajo su yugo por lo
menos una noche,
resguardar bajo sus uñas la belleza que te
adorna,
arrancar a mordidas las migajas
de aquella dulzura que te cubre a cada
momento.
Una gota de tu sangre plagada de peces y
colores.
Un cabello,
un brazo inconcebiblemente fuerte de ternura.
Se quiere comer tu calor.
Y es que cuando una bestia de su tamaño tiene
frío,
enloquece; desconoce el control,
bruscamente rompe lo que a su paso encuentre
en su carrera sin guía.
Mira en el espejo sus llagas,
su cuerpo lacerado,
su piel abierta y levantada:
sucia.
Te buscará desesperadamente...
Tu sólo olor lo tranquiliza.
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