viernes, 13 de septiembre de 2013

Agotamientos

I
Mi corazón se agota de latir
se agota de ser movimiento porque sí
de brincar al frente, de batirse,
de bombear.

MI corazón se agota de la espera
quiere razón de mujer,
quiere aroma y cabellos al aire,
busca manos, quiere senos,
no late: exige,
me grita que ya es tiempo de encontrar.

Y yo no tengo respuestas
solamente pido existir y le hablo bien,
que sea paciente;
pero parece que se quiere morir,
que simplemente se agota…
Se agota de cargar mi cuerpo,
quiere compartir,
que tanto peso
sencillamente lo agota,
lo agota de latir.

II
Alguna tarde en una esquina lo veremos,
habrá de cruzar, de acercarse,
tal vez nosotros le hablaremos
y nos vamos a entregar;
que si nos vamos a morir, será de amor
y no de muerte natural:
Ya lo verás querido amigo,

así será.

Doña Hermelinda amanece desde Francia


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

I


Sube el sol por los montes tocando los árboles más altos y los puntos de algunos arbustos que sacan sus lenguas verdes para rozar por primera vez, y después del frío; la claridad diáfana, el calor no pervertido del astro gigante.

Animales despiertan al irreconciliable deber natural de vivir, con luces lejanas y artificiales que se pierden en sonidos misteriosos de algo que nos da miedo aunque no sepamos qué es; de algo que calla, pero que al estar cerca de nosotros pueda saltar, pareciera que estamos dispuestos a morirnos de espanto en cualquier instante…

No así, el cuerpo de una mujer que con sus años ha podido mantenerse al margen del temor.

Viuda sin más, fuerte como estos árboles que llevan tantos años erguidos en la tierra del mundo y, generosa como el agua que se entrega a sus orillas para fecundar.

Doña Hermelinda está sentada frente a su televisor, en la mecedora de cedro que tiene en el lado izquierdo de su arco, un remiendo que cruje ante la más mínima oscilación. Ella teje cuidadosamente con un gancho; a veces no se sabe qué será pero ella teje: un hilo acá, un nudo, dos y el metal que no acaba de enredar a pesar de los minutos…

Doña Hermelinda es madre devota y de un genio poco paciente, y sin embargo; se da para toda su familia. Su estatura pequeña no es más que una distracción visual a quien la observe; la mirada aguda, el pensamiento ágil y honesto, la palabra abierta y el cabello cano peinado hacia atrás, son las características que atraen a quienes la conocemos de verdad.

Su piel es mexicanamente morena.

Durante estos días en que el calor es la primera sensación de la mañana, Doña Hermelinda se despierta y asume la vida que le corresponde en su primer suspiro consciente. Habrá de prepararse una café y un desayuno bien hecho (porque las flores se riegan en las noches). Saldrá al mercado a caminar con su paso animado, saludando a sus conocidos pero sin quedarse a la efímera habitación de un buen chisme que, aunque los escucha; ella dice que no los busca, sino más bien que los chismes la encuentran.

Dona Hermelinda está llena de proverbios y costumbres ancestrales, donados por las tías de su familia y con quienes compartió tanto tiempo; que aunque muchos jóvenes puedan pensar que son cosas anticuadas, han sido la base con que ha formado a su familia tan bien, son el regocijo de una buena discusión entre sus nietos y de los mejores recuerdos que se guardan en el corazón cuando llega a sentirse la nostalgia.

Una vez en el parque de Coatepec -recuerdo- a una pareja cuyo galán tenía a la muchacha de secundaria sentada sobre las piernas, Doña Hermelinda, con todo pudor, les comentó que esas escenas no eran para el respetable público y que mejor se fueran a enamorar a otra parte… (por razones puramente personales –que no por pena- evito mencionar lo que le dijo a un humilde servidor cuando el que tenía a la muchacha entre las piernas era yo, y no era precisamente en un parque)…

 Doña Hermelinda conoció el amor.

Sí, el amor, ése que se esconde en los lugares más visibles o más recónditos del tiempo. Es él, y nadie más, el mejor jugador a “las escondidas” o al “can can”. De él sabemos tan poco y sin embargo cuánto lo buscamos...

Bien, pues ella encontró el amor en un hombre de carácter tranquilo y gran corazón, que gustaba del box y del azadón, como de la lectura del periódico y de ver crecer a su familia.

Mi abuela es testigo de no sé cuántas vidas nuestras y tantas muertes, más la muerte no tiene cabida en estas líneas que intentan glorificar una existencia llena de vida.


II

Se está acercando el mediodía, y aquí en Francia, a esta hora se come. Estoy seguro que Doña Hermelinda estará por el mercado terminando sus compras para regresar a casa y poner un tango; a fin de acompañarse a sí misma y a su preparación de la comida...

“Desde que se fue
nunca más volvió
caminito amigo
yo también me voy”

Su cocina es amplia; con esos furgones antiguos en donde se ponía leña y se cocinaba con ollas de barro, de esas que se cuelgan en la pared cuando no se les ocupa.

Ahora que es primavera y todo renace con cada amanecer, Dona Hermelinda, mi abuelita; amanece en Francia conmigo. Brota y se queda, como uno de esos dulces tan ricos que prepara y que se llaman Suspiros

Seve

















Se nos fue dormido. Cansado, inmenso, celestial. Durmiendo el sueño profundo y valseado de la muerte. Se fue acostado en una chalupa llena de flores con que la familia lo adornó, flotando en las aguas tibias del río eterno, con cantos de iglesia y lágrimas.
Yo era pequeño. Un pequeño clavel rojo del jardín en que sembró su sangre, como lo hacen los hombres de bien, a la luz del ejemplo y del sudor propio; sostenidos por mujeres que cantan durante las noches y se levantan con vidas nuevas, llenas de olor y crecidas de manos, pies y corazón.
Se nos fue dormido y yo lloraba porque mi padre lloraba, porque la piel me pedía que lo hiciera ante esa imagen de desconsuelo con la que uno crece, como con una herida sin sanar.
Se fue dormido y qué poco supe de él. Qué poco tiempo nos dio la vida para conocernos.
Tendré la imagen de los centavos con que nos recibía, alegrándonos completamente.
Apretaré en la boca un Tehuano para recordarlo sin que me sangren los labios.
Guardaré la foto que no tengo, en donde él estará siempre dormido sobre la mesa cantando un tango que sí conozco y que irremediablemente me remite a él.
Veré crecer los lunares que le coronaban el cuello, su piel morena de sol, ahogada de luz.
Levantaré un pan recién horneado de frente al horizonte para permitirle al sol amanecer.
Iré a invitarle un trago a quien sea, en estas tierras lejanas, y sin que se dé cuenta regresaré a casa a descansar junto a un cálido árbol.
Porque aunque mi abuelo se fue dormido, eso jamás querrá decir que nos abandonó.


viernes, 6 de septiembre de 2013

Resurrecciones

Tu pelo de lluvia junto a mí,
llena de olores mi tarde húmeda,
me siento cerca;
mojo mis manos en tu pelo y me persigno.

Siento la tarde, tu iglesia,
quiero que aprietes el labio y no me temas;
los demonios estarán escondidos
hasta que tú los desates
         o desaparezcas.

Me aferro a tu hombro
         mi zarzal
moja mis labios y bautízame
que en el día de la muerte
me pedirás levantarme
y en la tarde
tomado de tu cuerpo sagrado


me levantaré. 

Campo ganado

Las piedras de mil colores
giran al compás de las olas,
las olas se turnan
al compás de la luna y de la tierra,
la luna gigante
                            brilla
la tierra tan dulce
                            amamanta.

Nosotros los hombres corremos
como presas perseguidas por depredadores
y nos detenemos en las tiendas:
         dos collares, seis vestidos,
         un compacto y soy feliz.

¿En dónde se encuentra el pasillo
que nos lleva al jardín dorado de la risa?
¿En dónde el castillo del amor?

¿Venimos para morir?

¡No es cierto!

Abriré los ojos para despertarme,
que la luz de mis sueños alcanzados
me levante de mi cama carnal
puesto que me haré felizmente preso
de mi alegría, de mi extensión,
de mi cuerpo ganado a pulso;

de mi cuerpo recuperado. 

Querer desalmado

¡Oh! que va y que viene,
precipitándose a ras de viento
a razón del movimiento pendular
como una gota de agua en un cilindro.

Viene y va,
que viene cansado de vagar
yéndose que va quedándose
arrumbado sin saltar.

Que va cayendo aquí y allá,
golpeándose, quebrándose,
es un lirio que ha empezado a deshojar.

Viene y va que viene
pero casi siempre se nos va.

El soplo de un arrullo que me toca el cuerpo bien,
espalda, pies, cabeza,
ritos melodiosos del querer;
del querer que ya no vuelve
del que nunca va a volver
del que vuelve y no es el mismo
porque él mismo ya se fue.

Ya no vamos a encontrarlo
ya sabemos que se fue
que se fue sin despedirse
ni siquiera volteó a ver.

Una parte se quedó en el corazón atado
pero al querer desalmado ya pa’ qué lo quiero yo.

Que se quede arrinconado
y que coma de mi piel
que algún día ya le hará daño
porque a un muerto en “todos santos”
sólo así, y a veces ni eso,

es cuando se acuerdan de él.

Mi árbol

Las hojas están cayendo sobre el parque
el aire baila lentamente
como no queriendo tocar lo que se mueve.

Estoy parado al centro sobre la niebla
se humedecen mis pies como sangrando
no se intimidan
         mueven los dedos como reconociendo el pasto
                   volviéndose él
advirtiéndome que estoy levantado
que tengo las manos atadas
pero el árbol me pertenece.

Los segundos se derriten sobre la piel del mundo
un espeso vino cae sobre mis labios
se resbala a mi garganta, al pecho, brinca
como la lava, quemándome, quemando.

Tiemblo y aprieto mi árbol desnudo
lo voy a recostar sobre mi espalda
mintiéndome que no pesa, que es ligero.

Voy a acomodarme pecho a tierra
con mi árbol sobre mí

para dormirme.

El hombre

Para Marcos.
I
El hombre está callado.

El hombre tiene la mirada al aire
y el corazón al suelo.
Todo movimiento pierde su sentido.

¿De qué glaciar robaron hielo
y entre mis huesos lo incrustaron?
Aves estúpidas con pico
¿Para qué?
Para nada.

Estoy convencido de que estará mejor arriba
o dondequiera que se encuentre el cielo,
pero esos nueve meses ¿a dónde se van?
¿quién los duerme y los arrulla?
No puedo creer que su destino fuese
ser enterrados en ese suelo
lleno de muertos,
en esa tierra regada por lágrimas y
sembrada por cruces y mármoles fríos,
dura tierra sobre tierra blanda
tierra sobre tierra.

El hombre está enojado y llora.

La muerte es un paso más en la vida
pero ¿quién lo va a creer?

II
El hombre resiste a la tristeza
pariendo sonrisas.

El hombre sabe, aprende,
se mueve, amanece;
que tiempo hay de sobra para amar
cuando así se quiere.

Día con día se va donando al mundo.

El hombre piensa en el futuro detenidamente
y a lo lejos,
llana cual sendero,
mira a una semilla que florece
mientras él se abraza a su mujer.

El hombre está callado

pero hay dos sonriendo.

El amigo imaginario

Me coronas con tu dulzura y con tu amor.

Soy un rey, soy un profeta
del tiempo que nos dedicaremos.
Soy tus manos que crean
         tu cama que te sueña,
soy de ti pues eres mi consigna,
mi sirena, mi parte blanda del corazón,
“mi mejor canción”.

Soy el ángel de tu guarda,
soy la silenciosa sombra que te sigue
y aparezco cada vez que tú sonríes.
Soy el último suspiro antes que duermas.

Soy la bestia que te espera amanecer
         para dormir,
tu murmullo con sangre de secreto,
tu ingenioso juego al que te aferras,
el llanto que se esconde tras tus ojos,
ese amigo imaginario con quien hablas

que se parece a mí y lleva mi nombre.

Ermitaños

Los vi doblarse al oeste y al centro de ti,
te sostenían y limpiaban la calle completa
con una estela de estrellas y suspiros,
con un paso claramente angelical.

Esos, tus zapatos negros y viejos
que tus pies vestían del mejor de los empeños;
ésos que gozaban de tus piernas
y sentían tu peso de nube y algodón.

Ellos me decían que detestaban
que tú y yo entráramos al paraíso,
a esa gloria de la entrega,
del olvido y el desnudo,
a dejar la ropa al suelo
y arrancarse los sostenes de tu cuerpo:
         tus zapatos;
hule y piel que a las caricias
de tu mano y de la grasa
eran los mejores ambientes de una estancia...

Ya cansados (ya encielados)
me dijeron que anhelaban nuestras caminatas,
las entradas al hotel silencioso,
nuestros sueños compartidos,
el decir cien mil palabras en un beso,
las caricias de nuestras pantorrillas,
el sudor y el fuego en que nos consumimos.

Ya han acabado ermitaños
honestos en la tierra del olvido.

Lejanos añoran,
cansados divagan e inventan historias seguidas,
continuas de los dos,
abdicación, olvido, renovación,
suspiros, anhelos,
páginas que en los segundos
inventan y escriben
porque nunca les gustó

el final del cuento. 

A dormir

Cuando estoy solo en mi casa rentada
y los vientos se acercan encadenados a mis paredes,
suelo acordarme de todo,
adornando las imágenes tristes y las bellas.

Trabajo, descanso, tengo tiempo,
me esfumo como un cigarro delgado,
lento, etéreamente honesto.

Tengo a mis pies, lagos y hondonadas,
amarillos arrecifes con sirenas plateadas
que me cantan la vida que aprecio.

No se entera mi pecho
de la soledad de mis manos
que tanto ansían lo que les falta.

Mis manos con sus descargas eléctricas
se cimbran como edificios y puentes
se encumbran como edificios y puentes.

Las mira detenidamente antes de cansarme
demasiado, cantarles una canción

y mandarlas a dormir.

El ángel

A la familia Escalante Estévez.

 
Ya es de noche, entiéndeme;
mis alas están agotadas,
se está rasgando mi ropaje por tus manos,
ya mi cielo está en espera.
¿De qué te sirve un ángel prisionero?
¿De qué te sirve mi infelicidad por no soltarme?

Voltea los ojos.
Es la tierra; tu mujer y los demás,
es la vida que por mí te estás perdiendo;
         y mi cielo está en espera.

Ya es de noche.
Ve a abrazar a tu mujer y suéltame,
soy un ángel ¿ves mis alas?
¿ves mi brillo?
         ya no te puedo pertenecer,
mi existencia exige libertad
mi libertad me da la vida.

Bajaré cuando me llames,
bajaré cuando me pienses;
te tomaré de las manos
te bendeciré
te besaré todas las noches
pero tienes que soltarme...

...eso es, poco a poco...

Buenas noches,

ve y descansa.

Petición

Doce mil trescientas ganas de besarte
a tiempos y destiempos,
mi lápiz que no deja de gemir
que ya te fuiste.

Yo que no tengo el tiempo medido
ni el voraz antojo de las células.
Yo que no tengo la característica
inasible de soñar.
Yo, que siento que te fuiste
         y que no me queda nada
         más que tu sonido de noche,
tu pequeño cuerpo de libélula fugaz
tus curvaturas de párpados
tus pantorrillas blancas y deseables.

Yo que en esta penumbra te nombro
como la mejor oración
         como el mejor destello de la luz
                   que con tus ojos
                            te veo partir
y me separas de las lunas de mi noche,
del abrigo miel de tu amparo.
Ya unos quinientos años no son nada.
Ya estoy anhelándote en tu partida y
que duermas bien,
que me pienses un momento
antes de encauzarte en el río de los sueños.
Que tus labios sean el postre de mis alimentos,
que tú, toda tú
         seas la entrañable sonrisa
                   que me sostenga.

Que nada nos encuentre,
que no haya prisas
ni que vivamos en la casa de lo fugaz.

Que puedas ser,
que pueda ser,
para que podamos llegar

a ser Nosotros.

Once de diciembre

I
Imagínome sentado escribiendo.
Cerveza, semimareo, soledad.

A veces los pies se tiñen de un rojo
que no es tinta, que se resbala del pecho.

Ya nada se enciende en el cielo,
ya nada sé ni creo que se sepa.
Mi pluma, como siempre conmigo
tan honesta, tan yo con niebla
como los montes
         como los centros azucareros
                   como las matas de café
de madera tan dura y tan blanca.

Me acuerdo de Efraín Huerta y me dan ganas
de buscar y leer su libro;
pero este espacio es mío
y creo que puedo compartirlo con él (QEPD).

He visitado las piedras por donde se arrastran
ríos de gente a ojos cerrados
y tuve hoy un beso a medios labios,
pero no me siento con el brío natural de los enamorados
y sí tengo cosquilleos y curiosidad,
pero nada más.

Todavía tengo una duda que se convierte honestamente
en una certeza: vivir solo:
(que si esto no es vivir solo, entonces,
no sé a qué fotografía se acerque).

Prosa:
Voces se mezclan al compás de arrulladoras voces y cantos que no sé por qué se me hacen tan lejanos. He tenido la oportunidad de decir lo que he querido sobre dios y sobre otras cosas divinas; y al final del día los segundos se acrecientan y una vez más no sé por qué al llegar a ésta, mi casa, nada sucede ni creo que importe.

No busco, temblando camino en los pasillos
que mi destino me ha trazado
y de los que no tengo fuerzas aun para desviar,
(honestamente soy el indefenso más miserable
que se ha visto en mi casa)
Estornudo como mi abuela y mi padre.

II
Veinticuatro canciones diferentes se me enciman
veinticuatro besos y nostalgias,
corazones que desdeñé, que destrocé,
que me destruyeron.
Veinticuatro razones para mantenerme de pie en mi soledad,
veinticuatro ausencias como cráteres dormidos,
como manos sudorosas frente a la nada,
como veinticuatro ciegos en mi cuerpo
retozando de imaginación y de vacío.

Basta.

Veinticuatro historias diferentes, poesía en números,
prodigiosas risas de milagrosa eternidad,
vastos besos, roja pasión, hirviente, profunda, sincera,
verdaderas frases católicas y comunistas.

Veinticuatro noches de cansancio y de
luz por el cuerpo de mujeres flotando; flotando
como burbujas que yo mismo lleno y veo
colorearse, volar, volar conmigo;
llevándome como un hijo de regazo y de pequeña edad.

Veinticuatro golpes que me han llevado ante el espejo
a descifrarme, a tratar de convencerme.
Veinticuatro días de salud y gozo que se
transforman en olores de mi cuerpo,
abiertamente extensas, alcanzadas llanuras esteparias,
sólidas plantaciones de hielo y vida,
cariñosas páginas de inspiración.

Así. Así me imagino sentado,
en espera de mis veinticuatro años
         solo
y después de escribir tan

solo y tan acompañado. 

En el invierno

El invierno es un respiro hondo y suave
para tomar las riendas
del año que avecina.
Ya se viene el tiempo señor, ya viene.
No puedo decirle que nos va a caer nieve
derrumbándose del cielo,
ni que se va a colgar de las copas de los árboles
o que vamos a ver cruzar renos por el horizonte azul.

No señor, no puedo ofrecerle que lluevan juguetes
o estrellas novatas de la luz,
ni quiero siquiera pensar que todos tengamos esferas
         o suéteres
ni mucho menos una piscina de monedas.

Pero sabe usted;
en este, mi país, todos nos tomamos de las manos y reconocemos a la niebla
y el invierno nos hace tan dulces y tan bellos,
que la felicidad se da en cada uno de nuestros encuentros:
en un honesto cohete, en una bolsa de dulces,
en nuestras sencillas cenas, en nuestros juegos a tiemblos,
en esta divina de manera en que nuestra gente
proyecta una aurora de luces y colores
sobre al faz de la tierra…
y es entonces cuando siento que el

mundo entero se contagia. 

Caracoles

Joven, muchachita!
véndame unos caracoles para oír el mar,
sé que trae de mil colores y tamaños
pero sabe usted;
quiero el caracol que es de secreto suyo,
el que tiene minerales y palomas blancas,
el del ruiseñor de voz tranquila...

No joven, no quiero el chico ni el grande
quiero el que aparece por sí solo
cuando más se necesita,
del que salen manos y caricias.
Sí, el que arrulla con su llanto,
del que caen gotas saladas
pa’ cuando uno no puede llorar...

No, no, no; no el dorado ni el negrito
ni del que salen muchas monedas,
quiero el que echa risas y versos;
el que cuenta su versión de haber
salido de la mar en las alas de un pegaso.

Quiero el de sus ojos, caracola sin amor.

seño,
quizás le estoy pidiendo miel y brazos
o ese musgo de su voz que se me pega cuando habla.

seño,
quizás esto no se trata de dinero
ni de caracoles, ni de mí.

Sí, quizá se trata de nosotros
y de esta sencilla forma
en que declaro a usted mi amor.

Mi caracol, mi caracola-caracol.

Sí, mi muchachita
véngase conmigo
que en mi concha
estoy seguro

sobra espacio pa’ los dos.  

De lo inacabado