lunes, 2 de diciembre de 2013

Neblina infantil

Para Javier y Rubí.
La infancia es como la niebla:
blanquecina, nostálgica.
Solamente aparecen al recuerdo
las imágenes que estuvieron
más cercanas a nosotros,
lo demás es espeso, nocturno,
difuminados colores en el lienzo
de nuestro pasado.

Una vez vi a un niño
y supe que era yo.

Nos repetimos como estribillos
de canciones que sólo fueron nuestras,
nos incrustamos para permanecer
en no sé qué cuerpos diferentes.
Gritamos la libertad mientras ponemos
un candado a la puerta de los juegos infantiles.

Cuando cayó la niebla en la ciudad
se me antojó un café.
Vi jóvenes tomados de las manos
y la mía estaba caliente,
reciente de ti,
humana.

Caía una leve brisa,
-y yo pensaba en tu boca
poco después de haber besado un hielo-
junto a un aire fresco
mi cuello se escondía entre mis hombros
para no entrar en frío
(cuando era niño mi madre me tapaba).

A veces me pregunto
cuánto quedó en mí
de aquel pequeño que jugaba a través
de los andadores del Infonavit
entre lodo, papalotes,
sueños a futuro y malas palabras?

Las malas palabras se quedaron,
seguro.

Se va uno despidiendo de tantas respiraciones.
Me gusta ver a las palabras cuando
salen como erupciones volcánicas de aliento
cuando hace frío, calientitas, volátiles.

Calientito se siente uno rodeado de hermanos
que ven tele en el cuarto de la infancia,
volteando hojas en el álbum de la memoria
o mirándose una cicatriz heroica
aunque sea la que quedó de una vacuna.

La niebla es dueña del misterio,
la infancia es dueña de lo que somos.

Misteriosamente recordamos a unos niños
que ya no somos, y a veces,
somos felices como ellos.

Ser en tu piel de neblina que me envuelve
correr en tu cuerpo como gota
gritarte en un abrazo mi alegría
llorar en el laberinto de tu pelo
para poder llegar a tu encuentro.

¡Qué gran nostalgia siento de mi infancia

ahora que soy grande!

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