lunes, 2 de diciembre de 2013

De principios

En un principio era la oscuridad y el frío
era un lugar en el que dolían los ojos, de no ver,
y se cocían las manos en su piel de tanto no sentir.

Recuerdo estar atado a un árbol cortado de raíz
cuyo retoño se afianzó de buena tierra
y me daba agua a través de los hilos delgados
que formaban su corteza.

Yo, bajo la tierra, ahogado en la ceniza de los hielos
me mantenía asido al mundo por el retoño hermoso y tierno
que me platicaba las maravillas de la vida exterior
y que, casi como un cordón umbilical
me alimentaba del jugo de su savia.

Es extraño, pero durante ese tiempo
jamás sentí dependencia;
la sencillez de su tersura y
la grandeza de su amor incondicional
me hacían sentir más que hermanado o familiar,
hijo, descendiente;
con esa certeza que sólo proporciona
la consanguineidad y el instinto.

En un principio era la palabra congelada
la mano detenida ante el cristal
el paso borrado de la arena por la ola
la niebla que corre, opaca.

Pero un manso día
la mano de una bella mujer entró al abismo
iluminando la nada y al vacío conforme bajaba
a lo profundo:
era el rayo inasible que entre en la cárcel negra

y a través del cual se siente la esperanza. 

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De lo inacabado