Una ventana sencilla,
cualquier ventana,
en cualquier país,
me invita a conocer el infinito.
Día cercado y melodioso
te enciendes con tu canto
acompasado
a las primeras voces de
periódicos,
con autos que se prenden y
rugen
de saber que está
iniciando el día.
Las ventanas susurran a mi
oído estos sonidos
mientras una sábana de luz
mueve mi cuerpo
y me recuerda el
inevitable deber de despertar
porque el dormir es impensable
si se está viviendo.
Atardecer cayendo como
manzanas maduras,
¿qué tan poco sé de ti y
de tus encuentros?
permítele a los novios
adolescentes
compartir un rato más
largo entre tus manos
para llegar a casa con el
olor del otro entre los labios
para suavizarla cara con
un beso
para empezar el júbilo de
la reconciliación.
¿Tú qué sabes de lo que es
no dormir
por quedarse enojado?
¿Tú qué sabes de las veces
que la noche nos despierta
con la electricidad de un
mal recuerdo?
Si acaso reconocerás la
fuerza de un eclipse,
el resplandor insofocable
del sol en la sequía,
la marca diagonal de un
jet sonoro
o el arcoíris curvilíneo
que te embriaga...
Hoy has de ceder bajo mi
voz
dejarás al padre
divorciado estar más tiempo con sus hijos
dejarás llegar temprano y
salvos a todos los que luchan y trabajan
dejarás brillar al sol un
poco más en la cara de aquel niño que está ciego,
llevarás de mano al ángel
que custodia la espalda de mi hija
le darás calor a aquella
rosa que corté
brillarás de forma intensa
ante las caras
de aquellas parejas que se
gustan pero que jamás se han dirigido la palabra,
darás ganas a la gente de
llamar al que está lejos
para no dejar pasar estos
momentos.
Y cuando hayas terminado
tus labores
te perderás entre la noche
para dejarme volver a la
punta de mi monte
para cantar con alma y
fauces
de frente al rayo claro de
la luna.