Cuando se
junta el pulso milenario de los que aman y la sangre se abulta incontenible a
punto de salir por cada poro. Cuando se siente al corazón latiendo ausencias y
vacíos sobrepuestos con insignia de dolor. Cuando los ojos se llenan de aire a
falta de paisajes y un abismo oscuro llena su visión. Cuando se tiene la voz
encerrada en un armario y la saliva falta a su función de lubricar. Cuando el
estómago se niega al deleite de un bocado y retumba porque lo que necesita no
es comer. Cuando las manos comienzan a petrificarse y no reconocen más que el
cuerpo ansiado.
Entonces
es momento
de volver hacia la infancia, remojar los pies al mar abierto, sentir la brisa,
saliva del viento, porque sí; meter los pies bajo una arena que huye, que te
mueve el piso y que te lleva, para que a fin de cuentas y con los ojos llenos
de mar: el llanto contenido, se libere.
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