Qué
difícil es este silencio, porque a veces el eco en soledad se torna
desagradable al repetirse tanto. Si estuvieras aquí podrías zurcir mis heridas,
colocar las gasas por donde gotea la sangre que lleva escrito tu nombre; vendar
con sutilezas el abismo en que tú faltas y que tiene tu tamaño y tu figura…
Palpar la piel de la que te adueñaste como hiedra para comenzar de nuevo tu
reinado; y subsanar los espacios que quedaron sueltos por tu ausencia.
Si
estuvieras aquí me darías un beso en la frente porque fue también allí donde
golpeé con mi caída. Tomarías la mano que amortiguó el golpe y en donde las
piedras dejaron su marca dura. Si estuvieras aquí pondrías una cobija a los
pies de mi alma adolorida; a los tirones que quedaron de mi alma sin ti.
Pero sigue
siendo duro este silencio, mucho más que la entrada de la espada o el cuchillo,
mucho más que la bala ardiente, mucho más que las caídas, mucho más que el
puñetazo y que la ira; porque este silencio es la manifestación profunda de tu
ausencia.
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