I
Vuelvo a mí después de ti,
sin ganas de llegar pero arribando,
con la carga de piedras y texturas,
el olor de tu carne florida,
la incesante ansiedad de tu recuerdo
que palpita y palpita en cada parpadeo.
Vuelvo a mi tierra ajeno de mí mismo,
intentando dejar de cantar tanto el silencio,
con los ojos cerrados de tu sueño
y la lluvia interior que no me deja.
Vuelvo a escribir para escribirte,
para decir aquello que guardaba,
para expresar aquello que me fragua.
Vuelvo a mi espejo diminuto
donde sólo se puede ver uno por partes,
intento conocer todas mis vías,
mis rutas, mis atajos, mis senderos.
Heme aquí, cara sencilla,
bajo un atisbo que pudiera ser sonrisa,
los hechos dan sus mejores golpes, cual tormenta,
y el cuerpo los aguantará como trinchera en la batalla.
II
Qué larga la tristeza y recio el frío,
siento los ojos llenos de lágrimas que no lloran,
el corazón apretujado, pisado, lento,
la mitad de mí se muere a borbotones
y la otra mitad está temblando.
Había querido contar de mi tristeza,
con su cola que pesa,
la sequedad de su mirada,
el canto que calla,
la mano que no tiene fuerza
para seguir aferrándose a la vida.
Allá, en la otra orilla del desierto que soy
te encuentras tú,
quebrado vuelo,
suelo agrietado,
el derrotado que se mira en el espejo.
Estoy a la deriva,
sin rumbo fijo ni ancla a la que asirme,
fluctúo cual hoja en la caída,
caigo
y
nunca
acabo
de
caer.
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