Niebla y
frío.
No es la
niebla del misterio
sino tan
sólo esa espesura que no deja ver a nadie.
No es el
frío que se percibe antes de la madrugada
cuando uno
sabe que ya pronto el sol va a amanecer.
Es niebla
y frío.
Esa niebla
de tener los ojos cerrados,
la de
dañar a un amigo,
esa
grisácea espuma que aturde.
Ese frío
que duele porque nace desde adentro
porque no
está afuera entre los campos
sino en
las entrañas y los nervios;
en el
mismo núcleo de los glóbulos que recorren el cuerpo.
Es niebla
y frío.
Esa niebla
que le impide a uno verse como es ante el espejo,
la de
cataratas y lagañas en el pecho.
Es el frío
que duele,
que entra
por las casas de madera
y enferma
los cuerpos infantiles.
Es niebla
salivosa,
un frío de
manos muertas,
insoportable
niebla,
denso
frío.
Niebla y
frío.
Frío y
niebla.
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