martes, 25 de febrero de 2014

Rastro

Es tuyo y está sobre mi almohada.
Curioso cómo una cosa tan pequeña nos delata
dejando rastros del amor que nos tenemos,
indicando pistas,
resolviendo el acertijo de la soledad.

Me hace verte,
evocarte en la fracción más delicada de un segundo,
con esa prisa del que muere y ve su vida.

Yo te revivo de esa ausencia que aprisiona.

La calma vino a mí.
Y con el sonido indetenible de quien duerme junto a un río,
mi cuerpo descansó sobre la cama
y el cabello tuyo que a mi lado reposaba,
hundió la esencia de tu cuerpo en mi colchón,
sentí entre sueños tu presencia,
te abracé con la carne imantada de ti

y dormí como nunca había dormido.

Niebla y frío



Niebla y frío.
No es la niebla del misterio
sino tan sólo esa espesura que no deja ver a nadie.
No es el frío que se percibe antes de la madrugada
cuando uno sabe que ya pronto el sol va a amanecer.
Es niebla y frío.
Esa niebla de tener los ojos cerrados,
la de dañar a un amigo,
esa grisácea espuma que aturde.
Ese frío que duele porque nace desde adentro
porque no está afuera entre los campos
sino en las entrañas y los nervios;
en el mismo núcleo de los glóbulos que recorren el cuerpo.

Es niebla y frío.
Esa niebla que le impide a uno verse como es ante el espejo,
la de cataratas y lagañas en el pecho.
Es el frío que duele,
que entra por las casas de madera
y enferma los cuerpos infantiles.
Es niebla salivosa,
un frío de manos muertas,
insoportable niebla,
denso frío.
Niebla y frío.

Frío y niebla.

Buscar palabras

Quiero buscar palabras para nombrar a tu beso,
cederle el sonido que lo siembre en los campos tersos de mi piel,
para que bajo su humedad renazca el verde amor,
que brote en vida y crezca,
que de mi corazón cubra todas las parcelas.

Quiero buscar palabras para nombrar a tu beso,
que me ayuden a reconocerlo cada vez que venga disfrazado,
envuelto en la sorpresa de tu aliento.

Quiero buscar palabras para nombrar a tu beso,
como si fuera mi callejón privado,
la bandera con la que se reconoce mi castillo,
mi lunar preferido
mi estancia

y mi paisaje.

Ecos

El eco de mi voz lo hacen tus ojos
y no podré cansarme del reflejo
            espejo de mí
            mar de esa sirena
            que es mi corazón
            imagen del amor que nos señala.

Las noches se hacen grandes
cuando hay dos que creen en el amor.

Hoy
bajo la miel que trajiste de tus manos, sonrío.
En dónde estaban esos labios que yo no conocía?
En qué prisión estaban tan lejos de mí?

Hoy que estás cerca de mi pensamiento
qué fácil es hallarte,
qué sencillo asirte a mi recuerdo.

La imagen de tu piel
es la montaña a que me arriesgo.

Saber de ti,
saberlo todo,
entender las tardes en que tu sol se duerme

para ser parte de tu noche.

Deshielo



La erosión surte su efecto donde la raíz no se mantiene.

Necesito tocarte para hacer uso y ejercer el delirio de mi tacto,
volver al origen primario con que los ciegos descubren al mundo,
formarme nuevas imágenes con la textura de tu cuerpo,
pulir la vocación de mi sentido,
masajearte con el óleo de mi amor sobre las manos.

Bajarme por tu cuerpo en el deshielo de mi piel,
sanar el cauce de tus ríos,
aliviar la sed de aquella fauna que te habita,
humedecer los pétalos de tu boca
con la caricia tierna de mi alma.

Tocarte para ser,
para ampliar a nuestros cuerpos en la dimensión infinita de un abrazo,
porque la virtud está basada en el amor
y el amor es demasiado bueno para darle entrada a los pecados.

Techar la casa de tu alma con mis palmas,
levantarla con los castillos de mis dedos
donde mi saliva sea la mezcla que sostenga tus paredes

y mi piel el terso suelo donde pisas.

sábado, 8 de febrero de 2014

De infancias



Sin hacer esfuerzo alguno de memoria puedo verle claramente el rostro,
tiene los ojitos negros y chispeantes,
con la iluminación que sólo se adquiere por la maravilla y la sorpresa de ir descubriendo al mundo,
con las preguntas que poco a poco adivinan o inventan sus respuestas
enriquecidas por detalles de la imaginación infantil que, como flores que adornan un paisaje,
nacen en su cabecita de campo y río
junto a esos árboles levantados que son sus cabellos negros y frondosos.

A su corta edad de cinco,
va creciendo;
riendo a lo último y mejor,
tomando la medida de su cuerpo al correr o brincar
mientras sus manos morenas, pequeñas y regordetas
realizan trazos desconocidos en no sé qué lenguaje,
pintando mundos nuevos de colores diversos,
con una concentración decidida como si el más mínimo rayón fuese indispensable
en ese universo minúsculo que siempre es una hoja en blanco.

Idéntico a los grandes creadores,
un par de muñecos sirven igual para realizar proyectos de acción,
de movimientos, saltos y vuelos extraordinarios
concediéndoles poderes más allá de lo imaginable
que invariablemente hacen que me pregunte
¿cuáles son mis muñecos ahora?
 ¿Dónde quedó mi infancia, la nuestra, la de todos?

Su boca desprende gritos solícitos
risas contagiosas, palabras precisas, disparatadas, elocuentes, que,
a veces en complicidad secreta con el rostro entero
logra que se le concedan perdones al más mínimo gesto;
que se le diga que sí,
que todo lo que quiera
que bueno
que te acompaño
que te dejo la luz prendida
que duérmete ahí y después te llevo a tu cama
porque
¿qué puede pasar si se le cumple?

Y dentro de lo posible
¿no es válida tan pequeña retribución
para la inmensa alegría y felicidad 
que es tener un niño en la familia?

Lo pienso ahora y lo considero a la distancia...

Agradezco profundamente que me haya entretenido en esta noche 
y permitido robarles a ustedes su tiempo
a Miguelito mi hermano
el más pequeño.

De lo inacabado