viernes, 25 de octubre de 2013

La casita que nunca duerme

Mi familia vive en una casita
donde todo el mundo asiste.
Es una casita de música y muñecos:
elemental para los niños
y de los amigos salvación.

Allí no se pregunta el nombre
para tener un plato en qué comer,
no se distinguen los colores de la piel
ni la tendencia política
(aunque se mire más por la ventana de la izquierda
que es más grande y está en la sala).

Allí siempre se tiende una copa al sediento
y al que nunca tiene sed,
ni más ni menos
pues también.

La casita es el diminutivo con que mi hija
adorna y hace más bella esta mansión,
es la palabra que pienso ahora para estar allá
y oír a mis hermanos discutir
por pequeñeces que ya extraño…

Casita suena lindo,
pequeño,
reconfortante a hogar.
Casita suena a corazón que late
a mujeres, poesías y canciones allí escritas.

Casita sueña también…

Casita tiene el sonido de mil experiencias
y encuentros encerrados en tan poco,
como un barril pequeño que no tiene fondo.
Quién no ha ido a tomarse un trago allí?
Cuántos no han ido a dormir a su calor?
Haber ido a curarse o a curar?
A oír una canción al amparo de la serenata?
Quién no se ha llevado a este cantor?
Aprender, ser escuchado y escuchar?
Echarle un ojo a los chiquillos?
Con los amigos a reunirse y no dormir?
Con la familia?
O simplemente para estar?

Hoy que ya es de noche aquí en Francia,
quiero una frita con frijoles y queso
que mientras mi madre la prepara
oiré desde lejos
esa vocecita que me dice al corazón:
“A tu casita papá,
vamos a tu casita!”

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