A mis cuarenta años, a los setenta tuyos,
se siente el día con la misma sonrisa a medias
como cuando se baja de la punta del Cofre de Perote
y se trae la sorpresa de haber estado ahí
mezclada con la añoranza de volver;
de haber visto lo que sólo desde ahí se mira,
de ser testigo de la maravilla y lo amplio de este mundo
que hace tan poco tú dejaste en nuestras manos.
Pienso en esa foto en la que estás sonriendo
en la punta de esta montaña
que años después pisé yo mismo
y que desde que nacimos,
ha abrazado a la ciudad de la misma forma
en que tú lo hiciste con nosotros.
Se me agolpa tu risa con la frescura de aquellas tantas
mañanas
en que salimos por tus nietas muy temprano,
juntos sobre la carretera, ahora tú de copiloto
y manejando de regreso para que
yo pudiera
besarles la carita
¿Qué son 930 kilómetros para
verlas?
Me embarga esa calma que sólo la
montaña sabe dar,
la nostalgia mágica de los buenos
tiempos
en que nos tomabas con tu mano
por el cuello,
un poco para recargarte,
otro poco para hacernos saber que
estabas ahí.
Te extraño dulcemente padre.
Qué riqueza esta de tener pasado
en donde son tan mías las cosas tuyas,
donde siempre estás presente.
Adivinar cuántas canciones te
aprendiste,
cuántos caminos y paisajes te
llevaste en la memoria…
te faltaba tan poquito para los
setenta chingada madre
qué buena fiesta hubiéramos
armado…
Feliz cumpleaños papá.
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