jueves, 30 de enero de 2014

El romance de la luna y el mar o la historia de la arena



Hace mucho tiempo, cuando la Tierra se estaba formando, los planetas crecían mientras se alimentaban de las partículas que viajaban en el espacio; tal y como ese tipo de peces que se queda quieto y esperan a que pasen pececillos viajeros y distraídos que al momento menos pensado, estiran su boca y la abren grande, grande, para comérselos.
En esta época, en la Tierra reinaba el movimiento mágico del mar. Su sonido era una de las más bellas melodías que se podían sentir en el aire.
Ah! El cielo está lleno de aire, aire azul por los días y aire nocturno cuando cae el atardecer. En el aire de la noche flota la luna.
La luna es clara, blanca, llena de luz, la luna se va dando al mundo en pedacitos de luz.
El aire era amigo del mar y conectaba su canción con los oídos serenos de la luna.
En cada una de las noches de luna llena, el mar se esforzaba por cantar con su más bella voz, se movía suave al comienzo y poco más fuerte después para llamar su atención.
Cuando a la luna le gustaban las melodías, mandaba pequeños besos con forma de queso que cariñosamente dejaba caer sobre la piel tersa del mar.
Después de muchas noches, el aire le llevó a la luna, por fin, la declaración de amor del mar.
Ella aceptó soltando un suspiro plateado, diciendo “¡Sí!”, mientras sonreía en cuarto menguante y hacía brillar su cuerpo sobre el dulce oleaje del cabello marino.
Se amaron y tuvieron una hija a la que le pusieron por nombre: arena.
Colocaron a la preciosa niña cerca de su padre, el mar, para que la cuidara y para que cuando tuviese miedo o llorase, su padre la acariciara con sus tibias olas y le cantara canciones de cuna.
El mar recibió a su hija cantando y junto con el aire le sembraron palmeras a la dorada niña para que jugara. Le colocaron muchas avecillas para que pudiese distraerse con ellas. Su madre, la luna, dejó caer miles de cristales brillantes que al hundirse en las aguas de su padre, el mar, por el amor que se tenían, se transformaron en lindos pececillos de colores, graciosos y alegres que saltaban para divertir a arena.
Su madre plantó diversas conchas y caracoles para cuando arena se quisiera comunicar con su padre (de aquí que todas las personas que toman un caracol entre sus manos y lo colocan en sus oídos pueden escuchar la voz del mar que les responde).
Los padres de arena juraron cuidarla y darle todo el amor que pudiese necesitar.
Como arena siempre reía y tenía a sus padres cerca, comenzó a atraer a niños y adultos sobre sus granos dorados para que jugaran, hicieran castillos y se enterraran en ella.

Es tan grande el amor y las bendiciones, que desde entonces, arena se ha convertido en el lugar preferido de todos los enamorados y niños del mundo.

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