viernes, 16 de diciembre de 2016

Desembocando


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Toda la gente me dice que ha pasado más de un mes,
que son ya casi los 20 días…

La verdad es que mi corazón no ha dejado de gotear.

Me importa poco si son diez, cien o mil días
los que pueda contar desde que te fuiste.

Tomaste tu último viaje lejos de nosotros,
como esperando que no fuéramos por ti

Y seguimos yendo…

Dicen que descansas,
ahí,
sepa dónde…

(Lo que tengo cierto
es que me dolió que se tomaran una foto sin ti.
Yo, que siempre te obligaba a que te acercaras
no te vi,
no te volveré a ver ahí).

A nadie le diré que no estabas
(porque todos lo sabían)
A nadie le diré que te fuiste de viaje
(porque todos te despidieron)

Hoy la grosería que pronunciabas lleva mi nombre,
vive de ti desde la más alta cordillera
hasta el más bajo cementerio,
debajo de las piedras que persisten pese a todo,
debajo de las calles que medianamente
recuerdan tu pisada.

Hoy que vea a mis hijas acercarse a la casa
donde tú ya no habitas,
a fuerza del esfuerzo,
intentaré decirles que tu viaje es permanente
y que si algún gesto de ti
veo en ellas,
-sean los hoyuelos o la barba partida-
será el toque indiscutible de tu mano,
el gesto inmemorial de la madera
que grabaron con tu nombre en esa cruz;
el apellido de su herencia que amalgama
el imbatible latir de mi cariño.

Así que me despido,
padre,
de tu carcajada, de tu beso, de tus manos.

Me despido, dije;
pero eso no querrá jamás significar
que no escuche tu reír en toda fiesta,
que no recuerde tu beso honesto y puro,
que no apriete tus manos
como cuando te leía en el hospital,
como cuando regresaste de no sé qué universo paralelo
y como cuando supe que el frío de una profunda muerte
se había llevado tu calor.

Me despido, dije;
pero sábelo siempre:
eres ese dulce manantial de cuyos caudales
tu descendencia alcanzó y alcanzará todos los mares. 

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