A mi padre Everardo.
Hoy que me quito mi reloj
como si nada
y que en este atardecer
hay una sombra,
con el tiempo de mi
infancia me compenso
porque ser feliz también
es recordar.
Yo que aprendí a leer
como aquel que se reconoce
las manos
y que aprendí a saber
que la muerte es sólo un
paso.
Yo que lo mucho o lo poco
que sé
se lo debo a tu devoción
por la lectura
si vieras cómo me
acompañas en cada libro…
Hoy que no tengo miedo
y que sé lo que es una
aventura
y que estoy al borde del
cabello
de una buena mujer
sé
que ningún demonio tocará
este homenaje
sé
que tu voz retumbará como
el más perfecto eco
en las paredes de mi
cuerpo
porque aún con tus años
me sigues cubriendo al día
obsequiándome el cantar de
ti
que también es oración y
carne.
Yo quisiera que a
cualquier lector de esto
tu recuerdo los enviase a
la memoria
de su propio padre y que
sonrieran
o que tuvieras un vocablo
dedicado para mi piel
que si yo no estoy
estás en mi distancia
y si estoy;
congraciado con el mundo
me alegraré de verte.
Desde este lugar distinto
de mi lengua
te dedico mi momento de
dormir
y mi homenaje
con todos los sueños que
pueda yo abarcar
con todo lo que no alcanzo
ni a pensar.
Viejo de mí,
el tiempo nos brota en la
cara y nos reclama
tantos momentos en que no
nos hemos abrazado
pero ya tenemos arrugas
para enfrentarlo y
decirle que a su paso
nuestro amor sigue existiendo.
Yo no puedo decir todo a
mis queridos
mi sentimiento me rebasa
y su cauce me ahoga en sus
orillas
pero te digo y te tengo,
padre,
y tenerte es tener de
alguna forma
la dulce paternidad en que
me santifico.
Bonito dios
que nos hizo padres y nos
tenemos
bonito dios.
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