Tras de mí viene el tiempo
y el aire que todo erosiona,
llevando, trayendo a placer hojas y recuerdos;
despedidas, saludos, bienvenidas.
De lo intangible es que se alimenta el alma,
de los abrazos pendientes,
de la furtiva esperanza del reencuentro,
del hijo por nacer,
de la historia por contar,
del viaje por hacer,
del sueño por cumplir.
También resguarda celosamente su pasado,
custodia de sí misma
atesora las palabras, las sonrisas,
las formas de servirse una cerveza,
los inconfundibles gestos con que se
recuerda el rostro de nuestros muertos,
las mentadas de madre,
las canciones de las que se dice: “esa le gustaba…”;
las formas de bailar, el caminar distintivo,
los acomodos al dormir,
el idioma propio de las manos,
los saludos especiales para cada uno,
las miradas que inevitablemente,
algo dicen.
En ese espacio se protege
lo mejor de cada uno de nosotros:
la esencia de lo que nos hace llorar
los gestos que imitamos para no olvidar
lo que nos hace cantar y escribir
las palabras y frases que se dicen con la única intención
de recordar a alguien.
Ahí es nuestro origen
ahí nos encontramos
de ahí la fuerza
de ahí el futuro.